En esta ocasión no se cumplió el refrán; las vísperas de mucho lo fueron para un día al que no le faltó de nada. Desde el anuncio de Andrés, de que esta primavera asistiríamos a una ruta en Alcalá del Júcar de la mano del Gran Maestro de Ceremonia de Albacete y alrededores, Álex, y en compañía de los ciezanos del Club Zig Zag, hasta el pasado sábado, que se realizó la ruta según el calendario previsto, la mayoría de nosotros se organizó y se preparó para que nada pudiese estropear la que se esperaba como una gran ruta. Y desde luego que mereció la pena el entrenamiento y el madrugón porque pudimos disfrutar de la bici con buen tiempo y en un entorno espectacular.
Por circunstancias solo el Club Btt Las Liebres pudo asistir a la cita, con once de sus miembros a los que se agregaron Juan, del CCY y Patro con su grupo de endureros reconvertidos al Btt que demuestran tener buen olfato y mejor gusto a la hora de elegir las salidas en las que acompañarnos. En total un grupo de diecinueve: el más numeroso que yo recuerdo en una salida fuera de Yecla.
Organizados y puntuales llegamos al punto de partida a las 8:00.
Partimos desde Las Eras en dirección a Villa de Ves para tomar de inmediato un sendero marcado que va bordeando los cantiles rocosos de la margen izquierda del río. Con vistas de Alcalá a nuestra espalda y el curso encajonado del Júcar al frente, vamos tomando contacto con lo que nos espera.
Volvemos a un camino y en el km 6,4 tomamos la primera senda de bajada al río del día: la senda de Tolosa. Un duro, empinado y técnico zigzagueo jalonado de piedras y rocas descarnadas pone a prueba nuestra habilidad y la confianza en nuestras monturas. Con puntuales paradas en alguna de las cerradísimas curvas llegamos todos a la pequeña aldea, cruzamos sus callejas y salimos a la pista que bordea el margen izquierdo para buscar el puente que nos permite alcanzar la otra orilla. Pero antes hemos de parar a reparar una avería, un muelle de cambio descolocado, que pudo arruinar la mañana a Andrés pero que por suerte pudo volver a su sitio montando y desmontando todo sin que sobrase (¡milagro!) ninguna pieza.
Nada más cambiar de orilla empieza otro sendero que se bifurca a los pocos metros. Tomamos el de la izquierda, tendido y rápido con un terreno magnífico y compacto. Nos lleva a unos huertos en la confluencia con el Barranco del Cura y tras un breve remonte a pie, continúa hasta que aparecen unas casas y la senda se torna de nueva camino que, después de de un atajo, cruza el río y nos pone en suerte para afrontar la parte central de la etapa.
Empieza aquí la más dura de las subidas del día: la del Tranco del Lobo que nos saca del cañón del río para devolvernos a la llanura y recorrer la distancia que nos separa de Villa de Ves. 1,9 kilómetros para subir 237 m en los que a la mayoría empezó a echarnos humo el radiador y nos tuvimos que despojar del exceso de ropa. La mañana, incierta a primera hora, se había definido en un día soleado en el que la lycra de las prendas de invierno picaba como la sarna, pero es lo que tienen las salidas de primavera, un tiempo impredecible.
Llegamos a la población, pisamos unos metros de asfalto y tomamos el sendero que por nuestra derecha nos llevará al Barrio del Santuario y Ermita del Santo Cristo. El sendero, parecido al anterior, es algo menos extremo que el de Tolosa y se deja bajar entero si se tiene suerte al elegir las trazadas más comprometidas. De todos modos, abstenerse los no iniciados porque son tramos muy al límite, al menos para los mortales.
Nada más llegar a la aldea nos desviamos a la derecha para tomar el camino de la ermita antes de perder demasiada altura. El cuestarrón final de hormigón supone el rejón de muerte para alguno de nosotros. La ermita, enclavada en un privilegiado bastión natural, ofrece increíbles vistas que disfrutamos mientras reponemos las fuerzas gastadas.
Volvemos a la faena callejeando las escaleras de la aldea hasta el camino que conduce a la presa del Molinar. El lugar toma ese nombre por la existencia desde tiempo inmemorial de molinos harineros movidos por la fuerza del río. A principios del siglo pasado, se construyó una presa para el aprovechamiento de la energía hidroeléctrica. Es parte de un conjunto industrial para la producción de electricidad. La presa almacenaba las reservas y regulaba el caudal para abastecer un canal de 4 km, 3 de ellos excavados bajo la roca. Aguas abajo se situó la central con las turbinas alimentadas desde 65 metros de altura por cuatro tuberías a las que vertía el canal las aguas recogidas río arriba. En 1948 Hidroeléctrica Española acometió una transformación del complejo hidráulico Júcar-Cabriel construyendo una nueva presa que inundó la anterior para llevar las aguas hasta Cofrentes, donde todavía se siguen aprovechando. Esto supuso el paulatino abandono de la explotación. En la actualidad son un conjunto arqueológico industrial sencillamente fascinante. Las lluvias de 1982 provocaron tal crecida que el agua alcanzó un nivel 20 metros por encima del que pudimos ver el sábado.
La construcción y explotación de la central nos ha dejado en herencia un sendero de increíble belleza, encajonado en el río, bajo unos cortados que impresionan, con tramos aéreos de vértigo y un par de túneles para salvar tramos imposibles. Pero al llegar al edificio en ruinas de la central parece increíble que los materiales personas y equipos de la instalación accedieran por ese mismo camino de apenas tres palmos de ancho.La central en ruinas y su entorno nos entusiasmó con su atmósfera fantasmagórica en medio de la nada. Recorrimos su interior y comprendimos un poco más la grandeza de aquel sitio y de las personas que lo llevaron a cabo.
Retomamos las bicis, esta vez por el ramal, para ganar los 65 metros de altura que separaban la boca del canal de las turbinas. Llegamos a la boca del túnel y entramos la mayor parte de las 19 bicicletas por el lateral derecho, haciendo una ordenada cadena. Encendemos los focos y emprendemos de nuevo el pedaleo para volver al punto de partida por el interior del canal que atraviesa la montaña formando un túnel. En tiempos no muy lejanos se utilizó para el cultivo del champiñón. De este uso quedan todavía los restos de las cortinas que cerraban el paso de la luz en las bocas y las hiladas de sacos terreros que a ambos lados servirían de apoyo al cultivo.
Tras salir del túnel tomamos la pista que nos saca, no sin esfuerzo, del interior del cauce para devolvernos a la llanura manchega. Es el tramo menos atractivo de la ruta, pero la visita al Molinar compensa la monotonía del camino que nos conduce hasta La Gila.
En La Gila volvemos a tomar un sendero que desciende otra vez hasta la orilla del río, en las inmediaciones de Tolosa. Siguiendo la tónica del día, otra senda técnica, rocosa, empinada y revirada que hace las delicias de todos los participantes que, ya curados de espanto a esas alturas, apuraron las curvas y los escalones como si pasasen por allí todos los días. Y es que hay que reconocer que estas liebres están muy finas este año, y ya no hay quien las siga, ni subiendo ni bajando.
Solo nos queda ya el final. Remontando el río, que queda ahora a nuestra derecha, vamos pensando en las empinadas calles de Alcalá, que nos aguardan para subir hasta el Castillo. Aparece el pueblo e intentamos reagruparnos sin éxito. Un poco desperdigados y despistados, pues los gps sirven de poco entre las apretadas callejuelas, conseguimos llegar al Castillo, con 63,5 km y dispuestos a afrontar, todavía una última senda con final en Las Eras. Casi tan rocosa y descarnada como las demás, pero ahora en subida. Y es que esta ruta de Alcalá del Júcar no tiene desperdicio. De principio a fin, la majestuosidad del cañón del Júcar, omnipresente, impresiona. La naturaleza y la mano del hombre parecen haber llegado a un acuerdo para poner a nuestra disposición lo mejor de cada cual a lo largo del recorrido. Sin tregua en las subidas y tampoco en la bajadas, la exigencia física se hace más llevadera en ese entorno privilegiado, permitiéndonos disfrutar hasta del tramo final por las empinadas calles del pueblo que algunos esperábamos casi como una condena, pero que se hizo menos duro de lo que aparentaba visto desde el puente sobre el río.
Al llegar al pueblo, Las Eras, nos reciben unos paisanos con cara extraña. Entiendo su desconcierto. Yo mismo, cuando miro atrás y veo por donde llegamos a meternos, me pregunto si no se nos estará reblandeciendo la mollera con tanto botar encima de la bici por caminos imposibles.
A las 15:04, según mi gps, llegamos a los coches. No entraré en detalles sobre cómo nos tenemos que apañar a falta de vestuarios. Nos ponemos ropa seca, llamamos a casa, para decir que ya pueden guardar el santo y apagar las velas, pues hemos llegado todos sanos y salvos y nos metemos al restaurante El Cruce para saciar la sed y el hambre que a partes iguales son nuestro único problema en esos momentos. La comida no estuvo mal, aunque pudo estar mejor. No atino a distinguir si fuimos testigos de un milagro, (en época estamos) o de otra constatación de las grandes verdades que encierra nuestro inacabable refranero popular. Me explico. Que con ocho raciones de arroz se sirvieran catorce platos, me recuerda la multiplicación de los panes y los peces, aunque de todos es sabido que "donde comen dos, comen tres"; y así hasta diecinueve.
No quiero saber lo que es, pero está demostrado que engancha, y fuerte. Posiblemente sea otra dependencia de la independencia, como la de aquel profesor mío demasiado aficionado al coñac. El caso es que a cada salida en bici con este grupo sin igual le sucede otra mejor. ¿Dónde está el límite? No lo hay. Mientras haya diversión seguiremos en la ruta. Y os aseguro que nos queda cuerda para rato.
Datos GPS/IBP:
Distancia recorrida: 65 km.
Ascensión acumulada: 1.288 m.
Altura máxima: 783 m
Velocidad media en movimiento: 13 km/h
Todas las fotos aquí:
La mayoría de las fotos son de Andrés. Gracias por compartirlas.
El vídeo de Miguel Lucas:
1 comentario:
Una fotos y un video muy buenos. Y el texto de la crónica hacen que uno tenga ganas de ir a hacer la ruta mañana mismo.
Gracias por compartir vuestras experiencias!
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