Texto: JRChirlaque
Montar en bici debería estar subvencionado por la seguridad social. Puedo asegurar que los seis participantes de la ruta del pasado sábado por tierras alicantinas no vamos a necesitar ir al médico ni acercarse por la botica en las próximas semanas. Las únicas secuelas físicas que la ruta nos ha dejado han sido golpes con los pedales en las espinillas y algún rasguño contra la vegetación autóctona. Nada que no se pueda curar con una pastilla de jabón del lagarto. En compensación, la ruta ha obrado como un bálsamo para el espíritu. Al terminar habían desparecido todos los síntomas de la rutina, los problemas y los malos pensamientos. Una recarga de pilas que nos deberá durar por lo menos una semana.
El día empieza con un buen madrugón para estar a las siete en marcha. El viaje a Planes es cómodo. Autovía hasta Muro de Alcoy y unos pocos kilómetros por la carretera que culebrea rodeando barrancos entre bancales plantados de cerezos, cuyas hojas rojizas a punto de caer al suelo son el color que nos va a acompañar toda la mañana.
El Bar Lluis, en Planes, es el punto de partida del recorrido (conviene avisar para que nos guarden algo de comer al terminar la ruta). Tomamos el Camino de Sangonera remontando la cuesta interminable de hormigón en dirección a Catamarruc. La pista de tierra sigue ascendiendo por la Sierra de Cantacuc, dejando a la derecha el imponente barranco de Benialfaquí, hasta llegar al km 7, donde con un desvío a izquierda se inicia el descenso en dirección a Tollos curveando por un entretenido camino forestal.
Tomamos fotos y cargamos agua en el área de recreo de la Font Vella y salimos por un camino asfaltado que abandonaremos para recorrer un sendero, pedregoso y técnico, rumbo a los barrancos de Malafi y Paet.
El barranco de Paet terminará siendo una agreste remontada que sigue los restos de una pista y el cauce gravoso del barranco en los tramos desaparecidos de aquella. A base de fuerza y equilibrio se va encontrando el paso más adecuado hasta enlazar con la pista ancha que viene desde nuestra izquierda y que nos llevará, en un par de duras rampas, al segundo alto de la mañana: lugar donde un pozo de nieve fue escenario de nuestro almuerzo.
Empezamos a bajar saludando a unos boletaires alicantinos (por dios, qué invasión), y giramos a izquierda siguiendo una cuidada pista forestal que recorre el paraje, con uno de los pocos pinares que se pueden ver por la zona.
Pronto abandonamos la pista tomando una senda por la izquierda que se va complicando según se aproxima al lecho del Barranco Hondo. Hay que patear algún tramo, pero compensa para evitar un monótono rodeo para llegar a las inmediaciones de Alcalá de la Jovada. En un momento cruzamos la Val d'Alcalá por agradables caminos y senderos para empezar otra vez a subir por una descarnada y rocosa ladera en dirección a la Peña Forada. El trayecto es duro de verdad y la pendiente para algunos es insuperable. Llegados a lo más alto, las vistas son impresionantes, según nos cuentan quienes ya habían estado allí. A nosotros la niebla nos impedía ver el paisaje, así que habrá que repetir la ruta para comprobar que lo que nos dicen es cierto.
La bajada hacia Benitaia da paso a la Val de Gallinera por una escarpada y muy transitada senda morisca en la que es inevitable hacer algo de bici-treking hasta que la pendiente se suaviza y las rocas dejan de ocupar todo el ancho del paso. Aunque ahora son las profundas roderas las que ponen el peligro al tramo.
Llegamos al pueblo bajando escaleras cual jóvenes gamberros y tomamos la carretera incorporándonos a la Rutas dels 8 Pobles. Pronto dejamos el asfalto para realizar un interesante recorrido por sendas, caminos y ramblas entre la Carrosa y Patró, donde destaca el sendero que por una cornisa rocosa llega hasta el pueblo, y que exige empujar la bici con piernas cabeza y riñones para ir superando un escalón tras otro hasta llegar al final.
Por una sucesión de empinados caminos agrícolas se alcanza la carretera y el Collado de Benisilli, donde nos desviamos para entrar en el camino que sube y recorre la Sierra de la Albureca; en apariencia la última subida importante de la mañana, aunque nos esperaban todavía sorpresas. Esta sierra es una finca privada y tuvimos que esquivar una puerta por un sendero que había por su izquierda. Seguimos remontando la sierra a la vez que el valle desciende a nuestra izquierda, con lo que pronto la perspectiva se abre, ahora ya sin la niebla, y nos regala un paisaje salpicado de los colores del otoño, en el que destacan las pinceladas rojas de los cerezos sobre los amarillos de las higueras y las choperas.
Sin acercarnos demasiado al Mas del Botí, nos salimos de la sierra en dirección al Mas de la Albureca, por una pista bastante rota que desciende en un pronunciado zig-zag todo lo que tanto nos había costado subir. Nos topamos con otra puerta cerrada para salir del paraje, que las liebres atravesaron como por arte de magia y seguimos en dirección al Barranco de la Encantada: el plato final de este festín.
Hacemos la visita, obligada, a una de las pozas del barranco, horadada por el agua entre cortados rocosos que tradicionalmente han servido de lienzo a las inquietudes pictóricas y literarias de generaciones de descerebrados, quien sabe si muchos de ellos concebidos en el frescor de esas mismas choperas en una tarde de pascua, que han plasmado en vivos colores de spray mangado en la ferretería de la esquina la fecha, su nombre y hasta el nombre de su pueblo de origen. El nombre de los tontos aparece en todas partes y aquí lo hace con letras descomunales.
Tomamos el camino hacia el Molino de la Encantada y empieza la diversión por una senda bastante limpia y compacta que evoluciona entre la vegetación. El barranco queda a nuestra derecha y sus paredes se cierran. La senda busca la salida hacia arriba y la corriente de agua profundiza en la tierra. Tras unos duros repechos a pie estamos fuera del cauce, en lo alto, desde donde se divisa la profunda cortada en la roca del Barranco de la Encantada.
Unos metros por un camino, en dirección a una casa emplazada en lo más alto, dan paso al sendero que recorre la cresta. Un trayecto llano salpicado de afilados cantos rocosos que termina por ser imposible para nuestras piernas cansadas y nuestras bicis de corto recorrido, hasta que llegamos al quemado del último incendio. Los colores son ahora el negro y el gris del carbón y la ceniza. Entre los esqueletos de la vegetación calcinada, con las vistas al fondo del Pantano de Beniarrés, descendemos el sendero por las Lomas de Cantalar hasta la Casa del Fantaquí. Breves metros de camino, antepenúltima subida, y a nuestra izquierda sale la última senda del día, poco transitada pero ciclable, con reservas, casi en su totalidad.
Llegamos al Pantano de Beniarrés, y nos llama la atención la negrura de sus aguas. Siendo ya casi las dos, terminamos la ruta por asfalto, para lo que nos queda superar una durísima cuesta a la altura del Barranco de la Michá. Al volver la curva aparece Planes y entramos cruzando otro Barranco Hondo, junto a las choperas a medio deshojar y el lavadero del pueblo.
Tras casi cinco horas de pedaleo y seis desde que salimos, llegamos a los coches con cara de satisfacción. La ruta ha sido dura pero espectacular. Lástima la niebla. Habrá que volver en primavera. Los cerezos en flor deben ser un espectáculo digno de admirar.
En el Bar Lluis nos esperaba la comida, y lo que a nadie le faltaba en ese momento era hambre y sed. Con cervezas, ensaladas, paella y embutidos de la tierra llenamos el vacío de nuestros estómagos y tras los cafés y una breve tertulia volvimos a casa llegando, por una vez, a una hora prudente. O al menos para mí lo fue.
Distancia total: 51,5 km.
Ascensión acumulada: 1.500 m.
Dificultad física y técnica: Alta.
Ciclabilidad: 95-98%.
Me ha resultado muy difícil seleccionar entre las magníficas fotos que me han proporcionado Andrés y Salva. Así que os recomiendo que las veáis todas en el siguiente enlace, porque merecen, de verdad, la pena.
Aquí podéis enlazar con el track de la ruta:
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